Pocas veces en nuestras vidas nos encontramos con situaciones bochornosas ajenas que nos divierten tanto. Lo siguiente es un relato de lo que me pasó hace tiempo en el autobús.
Estaba yo en San Juan del Río en el cumpleaños de Jazz, eran como las 9:30 cuando le caí a la terminal de San Juan. Estando en la central, había unas cuantas personas esperando el último camión a Tula, como yo. Me despedí de la cumpleañera y su linda familia y me dispuse a sentar a esperar el camión, pero noté una presencia muy rara a mi lado.
Resulta que había una ñora de aproximadamente unos 35 años escuchando música, la ñora era morena requemada (no nació muy morena, se hizo quemándose en la calle), tenía pelo corto y estaba sobremaquillada, con un pantalón crema entallado y un sueter café holgado, las uñas estaban mal pintadas de color morado y tenía una mirada extremadamente profunda, daba miedo si se le veía de frente, como si estuviera a punto de echar un grito ezquizofrénico. No alcancé a ver bien el reproductor que tenía pero parecía un walk-man porque estaba algo aparatoso.
La neta ni le di importancia hasta que comenzó a hablar… sola. Se sentó a mi izquierda, y a su izquierda estaba otro tipo mandando un mensaje por su celular. Después de echarse su monólogo (no sé de qué) se fijó en el celular del tipo de al lado y le pidió que le reglara una llamada, a lo que él simplemente contestó “no traigo crédito” y se volteó.
“La loca” (a quién así llamaremos de ahora en adelante) simplemente se volteó también, y escupió hacia el frente diciendo palabras en bajo volumen, mirando a sus manos y moviéndose hacia adelante y hacia atrás, como si fuera autista. Yo preferí esperar sin darle importancia, no había mucho qué ver ni platicar.
Por fin, el camión llegó como a las 9:37 y me pasé directamente hacia el área de abordaje, no tuve qué comprar boleto, en taquilla me dijeron que pasara directamente con el chofer, quien me cobró solamente 50 pesos, cuando la tarifa normal es de 90. Chido, todo chido.
En el camión esperaba leer pero no encendían las luces, entonces me relajé un rato y simplemente empecé a ver el paisaje en la carretera. Habían pasado cerca de 45 minutos cuando esuché un grito que venía del frente del camión. Un grito… no de angustia ni de dolor, era como si alguien estuviera rezando, como si pidiera algo en iglesia evangelista.
Me encrispé de inmediato, los que estaban a mi lado se espantaron pero nadie más se inmutó en ir hacia adelante para ver qué pasaba. Después de 10 minutos, y una relativa calma, se volvieron a escuchar ruidos, esta vez eran gritos que parecían entonar una frase. El tipo que iba un asiento adelante mío se paró para ver qué pasaba, pero los gritos cesaron.
Pasaron otros 5 minutos y esta vez los gritos ya parecían ser reconocibles, era una ñora cantando. Efectivamente, era la ñora que se sentó a mi lado en la terminal de San Juan. Sin embargo, unas personas seguían sin identificar a la persona de los gritos…
– ¡abrázameeee!… ¡muy fuerte!…
– ¡Cállate, cabrón!
– ¡Sí! ¡sólo contigoooooo!
– ¿Qué le pasa a este güey?
Yo no me pude contener y me eché a reir ante la sorpresa de todos. Siguió cantando y cada vez más fuerte, pensé que en algún momento se pararía y empezaría a golpear a alguien. Realmente se veía trastornada, muy alterada, muuuy loca.
De repente, durante 5 minutos se quedó totalmente callada. El hombre que iba adelante de mí se paró y se fue hacia adelante, pero no escuché nada más. Después de un rato, el tipo regresó a su asiento y se dejó caer como si estuviera fastidiado.
Ya íbamos a la altura de Jilotepec cuando la loca comenzó a cantar de nuevo. Esta vez lo hacía muy apasionada. Se aventaba unos gritos bien machines, como si estuviera dando concierto, lo pior es que estaba bieeeeeen desafinada.
El tipo que estaba delante de mí le gritaba una y otra vez que se callara pero la loca siguió dando su concierto como si nada. Los tipos que iban a mi lado no paraban de reírse. La gritona no dejaba de hacer ruido y entonces el tipo enojado se desesperó. Se levantó de su asiento y fue a decirle que se callara.
La loca se calló por un momento pero en instantes volvió a gritonear sus canciones. ¡Uuuuuta! Para entonces el tipo se hartó pero se había cansado y ya ni reclamó más. Ni modo de darle unos chingadazos a una mujer, por más loca que esté.
Suena feo llamarle “la loca” pero ps ¿de qué otra forma? Bueno, pues la loca le siguió así hasta la altura de Soyaniquilpan, en donde las mismas voces que decían “¡ja! pinche vieja” ahora decían “¡mta madreeee, pinche vieja!”. La gente se hartó, ya no era chistoso reírse de tales pendejadas y, obviamente, muchos se emperraron. Creo, y digo creo porque no me consta, una ñora de edad avanzada que iba en el asiento de atrás de ella, le reclamó y le dijo que le parara a su desmadre. La loca ni se inmutó y le siguió valiendo madres.
Yo, por el momento, ps estaba casi hasta atrás del camión y ni me molesté por sus gritos, yo pego unos piooooores a ésos cuando canto Gore. El ñor que estaba encabronado ps ya comenzó por mandarla a la chingada dentro de sí y se quedó sentadito en su asiento.
De repente… ¡Belinda!…
¡Y eres mi ángel de paz!
¡déjame volar!
¡a tu lado yo por siempre quiero estar!
¡Huuuuuh! No sé porqué pero la rola en boca de esa ñora tomó un tinte tan bizarro… que me gustó. ¡Chale! Pinches gustitos que tengo. Lo malo es que no la cantó mucho, nomás el corito, donde le gritaba cabrón.
Y el tracklist le siguió con Alejandro Fernández, Sin bandera, Camila, Elefante, Panda (¡uuuuts!), Pambo, Playa limbo, etc. No no no, no tiene quién la pare. Ajá, díganle, grítenle… ¿qué chingados? Al fin ella le va a seguir.
El camión entró entre gritos, jetas, mentadas de madre, curvas bruscas y bajones repentinos a la Central de Autobuses de Tepeji. La ñora se calló y estuvo sentada escuchando su música. No sé si hubo pedos o no con el chofi pero después de que el chafirete se metió a la central regresó con otra ñora. Parecía una de las que venden los boletos porque hasta traía su camisa blanca y chaleco azul marino (como mesera de salón de fiestas). La dama en cuestión se acercó a la loca y le pidió que se bajara.
– Señora ¿me permite?
– ¿eh?
– ¿Me permite, por favor?
– ¿Qué?
– Baje del autobús, por favor.
– ¿Por qué?
– ¡No la bajeeeeen! – se escuchó una voz a la mitad del camión.
– Acompáñeme, por favor.
– Pero aquí no me bajo.
– Baje del autobús, por favor.
– ¿Para qué? Aquí no me bajo, me tengo que ir en el camión.
– Luego toma otro. Bájese por favor.
Pos total que al final sí la convenció. La loca se puso los audífonos bien acomodaditos, agarró su walkman, se paró de su asiento y acompañó a la mesera. Inmediatamente de que se llevaron a la loca el chofer se arrancó y la dejó ahí en la Central.
– ¡No la dejen! – gritó otro cabrón.
– ¿Ahora qué voy a escuchar? – dijo una morrita de las que estaban a mi lado.
Al alejarse el camión de reversa pude ver cómo iba caminando la loca tranquilamente hacia el interior de la central de autobuses. Caminaba relajada, tranquila y bien loca. Igualmente pude ver cómo el vigilante se le quedaba viendo bien cabrón mientras pasaba a su lado.
El resto del viaje fue ahora igual que los otros: aburrido y simplón. A partir de entonces cada vez que me subo al camión espero encontrarme con figuritas como ésa. Y sí, después de unos cuantos viajes me encontré con una viejilla mañosa y mamona, pero eso… es digno de otro post.